sábado, 7 de agosto de 2010

Carta maquinal

Despues de arrullar mis penas con la voz ronca de Sabina, de tomarme un tequila imaginario para armarme de un valor del que claramente carezco tomo esa vieja maquina de escribir y tecleo con fuerza, como si no hubiese mañana, ¿quien quita que despues de todo no lo haya? o no lo halle. Que ya que mas da.
Escribo palabras desiguales, distintas, sin aparente sentido. FlOr. CamiLLa. Ramillete. tAjo. Ariet... CaraJO. Escribo y escribo palabras, sin consonantes y con ellas, saltandome los puntos y las vocales. Bllz. Aeu. Iioa. Palabra que pueden ser cualquier otra para cualquier otra persona, pero para mi solo representan una cosa. Un ideal perdido esta mañana, entre las cobijas negras y la almohada blanca. Que se refundio en ese agujero negro con el que se levanta mi mente y que a la noche escupe verdades inesperadas. Palabras mal escritas, sin tildes o con letras cambiadas. Argepio, Ingidnante, habia, enplorsatobi. Las letras quedan una tras otras plasmadas en el papel, a la espera que una gentil brisa de verano las seque con su caricia maternal, a que un tornado las arrastre a otro lado, a uno mejor, al triangulo de las bermudas de las horas perdidas. La carta se va formando, con esas letras sueltas, mal escritas, a medio escribir. Guiada por la turbulencia que me ataca a la 1 y 57 de la tarde, cuando el sol no me toca la piel canela.
Casi de forma sorprendente, como si se escribiese sola, la carta se termina y se firma. Dejando tras su desigual nombre un último punto a la 1 y 58 de la tarde.

D: Quiero una lechuga
N: Ve a un huerto por ella
D: ¿Que es un huerto?
N: Es un pozo gigante en el que nunca dejas de caer
D: ¿Hay lechugas alli?
N: En todos lados
D: ¡Ire a uno! ¡Esperadme lechugas!

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