martes, 28 de diciembre de 2010

Y eso es lo que yo creo!

Yo creo que los Beatles se dividieron porque multiplicarse era de mal gusto

lunes, 27 de diciembre de 2010

El mal Romeo

¡Ay de mí! He sido atacado y dominado por un absurdo temible. He renacido, me ha recreado un hombre ignorante, un vendedor desesperado por trabajo, por ganarse unas cuantas pesetas. Buen hombre, ¡que daño me has hecho! En el intento de salvar a tu familia. Bien sabido es que las mejores de las intenciones suelen atraer las peores de las desgracias. Ignorabas la historia, el alma de esta obra que hace de hogar y de vida para mí. Aceptaste, buen hombre, el trabajo de traductor que te fue ofrecido. Fue tanto tu culpa como del que te lo ofreció, semejante honor de transcribir las palabras de un genio no debería dársele a cualquiera, no debería ser una decisión tomada a la ligera como lo fue esta. Porque pueden pasar cosas como la que pasó. Pero tu familia moría de hambre y por salvarla me mataste a mí, a mi amada y a nuestro amor.

¡Oh mi amada Julieta! Que tu fulgor opaca a todas las estrellas. Mi bella Julieta, ¡Que daño nos han hecho! Este hombre ni siquiera conocía nuestra historia. Pero en su buenas intenciones hizo lo mejor que pudo y me enamoró a mí, al buen Romeo, de tu anciana madre y aunque mi amor por ella, por esta belleza monumental, es tan profundo, apasionado y ciego como el de los demás Romeos por las demás Julietas, no es la historia legendaria que escribió el buen William.

Mientras tanto, tu, mi Julieta, confusa, yaces en tu cama horas y horas, gimiendo un desgracia que no acabas de comprender. Me miras con esos ojos grandes en busca de una respuesta a este enredo, a este agridulce malentendido. Y esa mirada, tan dulce, tan indefensa y pura, esa mirada que debería derretirme hasta los cimientos. Esa mirada no me afecta, no me conmueve y ese vestigio del buen Romeo, del antiguo Romeo, del Romeo correcto, grita y se revuelve en mi interior. Rebelándose. Pero no puede, no puedo, no podemos hacer nada. Las letras son letras y nosotros, sus títeres.

Entonces mis afectos cambiaron, tan inesperada como repentinamente. De Rosaura a tu madre, Julieta y aún así, no puedo negarlo. Tu madre Julieta, ¡Oh! ¡Tu madre, Julieta! Puede que tú cuentes con la belleza de la juventud, con una piel tersa e inocente, unos labios suaves, unos ojos grandes y un cuerpo con apenas vestigios de tus jóvenes curvas que seducen hasta las más reacias miradas, pero esto no es nada comparado con lo que tiene tu madre. Con su esbeltez madura que engrandece las curvas de su cintura. Su cuerpo, experimentando, maternal y lleno de sabiduría. Sus ojos que se iluminan al verme, pero que sabiamente esconden este brillo a los ojos de los demás. Ojos malditos que me han dejado prendado del fruto más delicioso y prohibido del jardín de los Capuleto. Los años la han bendecido como bendicen a los vinos. Vid de vida es tu madre Julieta, y por ella acabare perdiendo la mía.

Pero llegado a este punto recuerdo lo mal y tenebroso que es este enredo. Esta pasión que arde en mi interior, desolando mis horas alegres, alegrando mis horas desoladas no debería pertenecer a tu bendita madre, si no a ti mi Julieta. A ti, y solo a ti. Pero no, tú yaces en cama, desolada, sin ninguna promesa que llene tus oídos. Mi Julieta, mi bella y dulce Julieta. Como desearía yo ser tu buen Romeo, dedicarte aquellos versos originales, renunciar a mi nombre si te apetece. Mi Julieta, si no estuviera destinado, obligado por las letras, me mataría contigo como debe ser. Maldigo al destino, Julieta. Maldigo al bien intencionado vendedor de poca monta que nos ha puesto en esta cruenta encrucijada de deseos errados y amores equivocados. Que me hace a mí, entre todos los Romeos, amar a tu madre con la pasión que te debo a ti.

Pero es que tu madre hace que abandone mi razón, Julieta, como debería abandonarla por ti. El Romeo que soy me abandona como un vestigio de una memoria inventada, impropia y olvidada. ¿Qué hacer Julieta? Cuando mi corazón está dividido entre el querer y el deber ¿Qué hacer? Que excusa inventar para ser tu Romeo… Dímela Julieta y juro por el nombre de tu madre que lo intentare. ¡Ah! Pero no me pidas mucho pequeña, porque temo que aunque lo quiera, no lo lograre. Cupido me tiene amarrado a sus deseos.

Y prendado estoy, por ti, Cupido ignorante. ¿Qué no podías por una vez dejar las cosas como estaban? Mire el desastre que has causado, buen Cupido disfrazado de vendedor. Si tanto te aburría nuestra historia, deberías haberla ignorado en vez de querer darle tan dramático vuelco., tan desgraciado giro. Si querías cambiarla, que salvases a Mercucio, que salvases a Teobaldo. Pero debías quitarle a mi Julieta su Romeo y a mi corazón la tranquilidad de su juventud y de mi amor correspondido.

¡Oh Luna, luna, luna mía! Rescátame, sácame de aquí, sálvame de los brazos de esta desgracia que no quiere soltarme. Estoy encerrado en el peor de los enredos. Amo a mi enemigo, pero no al que debería amar. Y mi enemigo yace en cama con la mujer que amo. Ese maldito que todos los días puede dormir con ella y yo solo debo esperar a poder matarme por ella. Poder estar con ella lejos de este mundo, lejos de cualquier mundo. Amable madre de vientre plateado, no dejes que tu buen Romeo pase por esto. Enardece tus aguas mientras nado en ellas. Haz que me ahogue, ¡oh luna, luna mía! No te olvides de mí ahora cuando más te necesito.

¿Pero qué hago? ¡Qué asco me doy! Mira en lo que me has convertido buen hombre, mira lo que has hecho de mi. Un cobarde que pide la muerte antes que esta tragedia. Alguien que pide consejos a la variante luna. Yo no era así, este no es el buen Romeo que tantos conocen. No soy yo el que mató a Teobaldo ni el que se enfrentó a su familia por un poco de dulce amor. ¿Qué fue de mi valentía sin par? ¿Qué fue de mi osadía? Esta traducción tan amarga me la ha arrebatado. Si debo ser nada más que el hazmerreir de los dioses. Mi desgracia debe ser su mejor broma. Su más gracioso tema de conversación. Como se ríen los malditos, viéndome desde sus tronos de oro, se ríen hasta que sus voluptuosos vientres duelen. Mi desgracia es su comedia.

Por ello deberé ser valiente, esperar mi muerte con regocijo, cumplir mi papel en este cruel vuelco del destino. Por ti Julieta, repetiré tan cruel baile. Veré morir al buen Mercucio en la primera pieza, matare a tu amado Teobaldo en medio de un tango y finalmente, moriré con tu madre en medio de la más triste de las baladas y tal vez, solo tal vez mi querida Julieta, así podamos encontrarnos en el más allá. Tal vez el destino no pueda evitar que nuestros corazones se encuentren en el cielo, allá donde ningún dios, destino o mala traducción puede interferir o dictarle reglas a nuestros corazones. Nadie podrá controlarlos en el más allá, querida Julieta. Nadie podrá cambiar nuestra historia cuando estemos muertos. Así que piensa, mi dulce Julieta, que tomare ese veneno por ti, como debe ser, y no por tu madre, tu adorada madre. Que de la tristeza de nuestra joven muerte se rescatara la felicidad de encontrarnos lejos de todo lo terrenal. Acéptame Julieta y en el más allá cumpliremos el destino que no cumplimos en esta existencial terrenal. La libertad será nuestra allá donde todos temen llegar. Matate conmigo Julieta, acaba con el torturante sufrimiento de saber y no poder actuar como se debe. Matate conmigo Julieta y sé libre de toda traducción.

domingo, 5 de diciembre de 2010

No entiendo

La miró distraido, como si su mente no estuviese allí, apoyada en su mano, mirandola con vagueza. Si no que se hubiese escapado a otro lugar, a uno mejor. Uno sin ella.
- No entiendo lo que dices- susurró con voz terriblemente perezosa que pareció deslizarse fuera de su boca con un lento pero enorme esfuerzo de voluntad.
- ¡Claro que no! No has puesto atención- se quejó ella, con una voz enojada y chillona que se guardaba para las mentes de guisante como aquella.
Llevaban en esto toda la mañana. Le había explicado una y mil veces a esos ojos distraidos, a esa mueca desinteresada, a ese tinte rebelde de su piel castaña. Le había explicado lo que tenia que hacer. Era muy sencillo. Pero él siempre respondía que no entendía. Empezaba a sospechar que era tonto. Pero sus sospechas normalmente no eran acertadas, por lo que era mas probable que fuese inteligente pero no quería hacer lo que le pedía. Lo cual no tenía sentido, era una petición muy sensata la que le hacia. Tal vez si se lo explicaba una última vez.
- No entiendo.
- Eres imposible.
Las palabras salieron como un gruñido. Se había empezado a cansar. Bien hubiese podido hacerle un dibujo de lo que deseaba y no hubiese entendo. Tal vez si fuese estupido. Despues de todo las últimas generaciones no eran demasiado... brillantes. Estaba segura al menos de que de esa generación no saldria ningún Van Gogh o un Cervantes. A lo sumo, un par de imitaciones de Beyoncé que no llegarían a nada y aquel, aquel chico con tres centimetros de frente y la mirada errante era la viva prueba. Es que era tan sencillo, tan simple que era imposible que no entendiera si le volvia a explicar, se convenció a si misma por tercera vez.
- No entiendo.
Aunque al parecer estaba equivocada. Suspiró pesadamente e hizo un ademan con la mano para anunciar que se rendia, que nunca lograría hacerle entender aquello tan sencillo. El chico, entonces, se levantó, acomodó la silla en la que había estado sentado, le dedicó una venia acompañada de un breve y corto "buenas noches" para luego salir con paso presuroso.
Ella, sentada en su silla, no cabía en su asombro.