sábado, 13 de marzo de 2010

Peticiones.

Parpadeó con pesadez, viendo como sus parpados cubrían sus ojos y le regalaban un instante de oscuridad. El lugar que pronto volvería a mostrarse ante sus ojos confundidos se le hacia tan familiar y a la vez tan lejano. Sabia que algo malo había pasado allí, nadie tenia que decírselo, podía sentir el susurro de la muerte correr entre sus dedos, confundirse con la humedad que se le pegaba a la piel. Muerte vieja, reposada, que no seguía las leyes del vino o las seguía al contrario. Muerte recordada.
Giró la mirada, buscando algo familiar, alguien que la ubicase en el tiempo, en el espacio. Un pequeño cable a tierra. Todo estaba tan lleno de selva, tan destruido, tan quejumbroso. Las paredes, o sus ruinas, eran grises, llenas de manchas de humedad y algunas ramas intentaban derrumbarlas, acabar con ese tipo de muerte que no pertenecía a su entorno. Ella siempre pensó que la madre naturaleza era lo único sabio en aquel mundo. Sus ojos se toparon con la primera figura familiar, la chica le sonrió y le habló, pero ella no escuchó sus ojos. Estiró la mano hacia ella y la chica la tomó. El contacto la ayudó a volver, un cable a tierra. Ya sabia donde estaba, ya sabia que hacia y no le agradaba en lo mas mínimo. Solo a ese grupo de locos se le ocurría venir a almorzar en un lugar como aquel, pensó mientras se acercaba a la chica para tranquilizarse.
Entonces ella le señaló algo, soltando su mano. Algo sobre una rama que atravesaba las ruinas con decisión, protegiéndolos de la fina lluvia. Pertenecía a un árbol joven, fuerte, adolescente. Y sobre la rama había un búho. Algo dentro de todos se estremeció en medio del silencio observador. El búho los miraba tan intensamente, tan fijamente que no pudo menos que aumentar su incomodidad. Nunca habría imaginado ver un búho como aquel en un lugar como ese y a tan temprana hora de la tarde. Su hermoso color crema era perturbador, pues había algo irremediablemente tranquilo y sádico en sus plumas y sus ojos, aquellos ojos amarillos dorados, que no parecían apartarse de los suyos ni tener intención de hacerlo.
Entonces una idea casi los golpeó a todos al mismo tiempo. Estaba muerto. Aquellos ojos amarillos estaban muertos, aquel plumaje crema estaba muerto, aquel búho atemorizante estaba muerto. Se los había susurrado el hecho de que los ojos estuviesen tan apagados y que su cuerpo no pareciera tener intención de moverse, y también la fina linea de hormigas que se escapaba junto a su cuerpo, bajando por el tronco del árbol. No entendía como, pero las hormigas se las habían arreglado para disecar el búho. Sacar todos los intestinos de a pequeños pedazos de su cuerpo y llevárselos a donde sea que quedase su carnívoro hormiguero, por lo tanto todo lo que quedaba era lo que podría llamarse la capa exterior del cuerpo del búho. Su mano buscó desesperada la de la otra chica y sintió como la jalaba hacia un lugar lejano, tras exclamar un par de palabras de admiración aterrorizada.
La muerte no abandonaba ese lugar, pensó, mientras apartaba lentamente sus ojos de la figura del búho y miraba al frente, donde una fila de gente ruidosa intentaba apagar con sus voces la incomodidad que sentían todos. Inútilmente.

N: Tres.
D: Casi cuatro.
N: No creo que sepas contar hasta tanto
D: Claro que sé!
N: A ver, muestranos.
D: Uno... Veintitrés, siete, dos... y... cuatro! Ves, te dije!

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