sábado, 3 de septiembre de 2011

Nombre

La había llamado por tantos nombres diferentes e impropios que ya no recordaba el real. Le había bautizado con cuanta actitud peliaguda, con cuanto secreto de medianoche, con cuanta confesión de borracho se le había ocurrido. Le había puesto tantos nombres, se lo había cambiado tantas veces que ya no recordaba el real.
Intentó con uno, pero ese era un nuevo invento, intento con otro pero no sonaba al suyo. Parecía que empezaba a cansarse y se revolvía con un gesto de disgusto. Empezaba a asustarse, temía que se fuera. Le nombró las estrellas, los planetas existidos, por existir y que encontraban solo cabida en sus labios. El susurró de las flores a las abejas, le nombró como mil besos entre amantes. Pero ninguno era su nombre y una angustia innombrable le subía por la garganta. Intentó con todo, con nombres que ni sabia que sabia y cosas que desconocía conocer.
Pero nada.
Y la angustia se volvía casi palpable, la angustia se volvía de esas angustias llenas de gula que te comían de adentro hacia afuera y se relamían con las esquinitas. Nada, lo intentó una y otra vez pero nada, su nombre seguia siendo inalcanzable. Las frutas mas deliciosas, las reservadas a los emperadores y que los simples plebeyos desconocían hasta la forma le nombró, pero se negó ante ese nombre. Intentó con todo, con la arena revuelta por las zarpas de un cangrejo, el silencio en una partitura, la soledad de la orquídea recién nacida, pero nada.
La angustia continuaba, ya había devorado con placer doloroso cada uno de sus órganos y subía por su cuerpo, tendría que salir para comérselo por fuera, de afuera hacia adentro ahora, relamiéndose con las esquinitas.
Y la escupió.
-¡Soledad!-escupió de forma dolorosa, con la angustia escapándose de entre los labios.
Entonces se detuvo y lo miró, para luego revolverse, claramente complacido, y quedarse quietita en su interior. La angustia le miró, como un pequeño gusano fuera de su cuerpo y luego se arrastró lejos mientras se abrazaba a si mismo, intentando mitigar el nombre recién descubierto. Sus brazos intentaron cubrirlo todo, hasta su nombre, pero no podía. La angustia se alejaba cada vez más y él se abrazaba sobre el frío suelo, repitiendo su nombre como un niño pequeño.


D: Me siento... Paquidermo.
N: Te puedo cortar en pedacitos si quieres.
D: Eso no se le hace a los paquidermos, a los paquidermos se les cuenta.
N: ¿Quien te dijo esa mentira?
D: Un elefante se balanceaba sobre la tela de una araña....
N: No, no, esta mal esa canció...
D: Como veia que resistia fue a llamar a otro elefante!
N: Que no, que esta mal, que dic....
D: Dos elefantes se balanceaban sobre la tela de una araña...
N: D, no pueden balancearse dos elefantes porque tu solo eres uno.
D: Claro que si! Nos estamos balanceando el buen Kant y yo!

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