lunes, 9 de mayo de 2011

Una historia que empezaba al revés

Había una vez una historia que empezaba al revés porque empezaba contigo y terminaba sin mí. Había una a falta de tres, y había otra a falta de final. Rebosaba de vida esta historia que empezaba al revés, tal vez porque corría de la muerte hacia la vida, hacia el vacio que viene antes de nacer y que todos conocemos tan bien como conocemos la muerte. La historia contaba un final, que era un comienzo, muy bonito. Salías tú sonriendo en blanco y negro, como en una vieja fotografía. Salías con un fondo claro, que podría ubicarse entre verano y otoño. Uno casi podía ver la ráfaga de viento que revolvía tu pelo, jugueteando. Te podía ver mirándome con tus ojos casi verdes, mientras yo intentaba cambiarle el puesto al viento, romper esos tres metros que nos faltaban y revolverte la mirada con mis dedos.

Hablabas, tranquilo, con tus ademanes pausados y reías por lo alto y grande cada vez que te decían una buena broma y la tarde trascurría hacia la mañana, llevada por las ráfagas de viento que jugaban a desordenarte el pelo. El amanecer se cernía a nuestras espaldas mientras tú seguías gesticulando y riendo y yo seguía observándote con una sonrisa, acomodada de forma extraña en mi silla, como siempre. La comida se rejuvenecía mientras todo era risas y carcajadas a nuestro alrededor. Las palabras seguían saliendo perfectas y entendibles de tu boca, de la mía, de la de otros, lo único que parecía ir yendo hacia atrás era todo lo demás.

La luna vino a confirmarlo, se alzó con orgullo mientras deshacía el camino hacia su cama. A nadie parecía extrañarle y para mí era natural como todo parecía transcurrir tan extraño a tu alrededor. Volvimos a alzar la mirada al cielo y mientras nadie miraba, tu mano buscó la mía y la galanteo con una breve caricia. Yo volví a sonrojarme y esconder la mano en mi cuello, apartando la vista de las constelaciones y mirando al suelo. Luego la conversación retomó su rumbo, caminando hacia atrás en los temas. Una fogata había empezado a lamer los troncos sin quemarlos, reconstruyéndolos de las cenizas, como las aves fénix. Luego, con el atardecer, alguien vino a prenderla.

Nadie había dejado de hablar, de reír y tú no dejabas de mover tus manos ligeras cuando hablabas. Yo no dejaba de mirarte y el viento no dejaba de juguetear con tu pelo, eso era lo único que no cambiaba. De pronto, la gente empezó a pararse e irse, aunque en realidad llegaban. Saludaban con una sonrisa cuando llegaban al irse y se internaban en tu casa, para luego desaparecer con un ronroneo del motor del carro. Nos quedamos solos y yo me pare, dispuesta a llegar yéndome también. Retrocedí lo que debería caminar hacia ti, tú me seguiste tras unos instantes y cuando yo estaba abriendo la puerta, tu brazo me detuvo. Me gire para mirarte. Estábamos solos, tú y yo y no tuviste que fingir la amistad de antes. Me besaste con dulzura, dejando un aroma frutal en mis labios mientras tus brazos rodeaban mi cintura. Luego me susurraste un te quiero atravesado y nos despedimos. Yo tenía una sonrisa tímida, tú una gigante. Camine hacia más allá, pues yo no tenía carro y tú me observaste todo el tiempo desde la puerta, viéndome llegar mientras me iba.

Porque yo sabia y siempre lo he sabido, que el tiempo no pasa igual cuando tú estas cerquita.

N: cada día estamos mas romanticones. Puaj
D: Uh! Mira, mira, sacamos corazoncitos rosas...
N: D, deja de intentar atraparlos, los haras felices.
D: Vengaaaaan corazoncitos, bailemos juntoooos!

No hay comentarios:

Publicar un comentario