miércoles, 12 de septiembre de 2012

Encargos de un corazón roto

Decia yo, entonces, así como cuando uno habla por hablar. Te decia, te comentaba, te enunciaba el secreto del buen hablar. Te sentaba a mi lado y te hablaba con buen tono y buena prosa, te echaba poemas, te cantaba canciones. Como en los viejos tiempos, como antes de todo y antes de nada. Te contaba el día a día, el hora a hora, los minutos que te perdias de mi vida ahora que no estabas. Te contaba como sonreia forzado, de medio lado, sin verdaderas ganas. Como tu memoria envenenaba mis venas, mis venas hacian correr de mala gana, con el latido de un corazón agujereado, la sangre por mis venas, intentando alejarla de si, lanzandola al cerebro, disparando los recuerdos
Te contaba yo, dibujando caritas de colores en un papel oscuro mientras le hablaba a media voz al vacio que dejaste a mi lado, en el sofá, te contaba yo, llevado por la costumbre, arrastrado por el dolor, maldiciendo a Cupido como un descarriado. Te contaba el día a día, la hora a hora, el minuto a minuto que te perdias tu tan inconsciente yo tan consciente. Te contaba mientras intentaba no llorar. Lloraba mientras intentaba no contar nada. Rogaba, a quien quiera que escuchase mi voz rota, fuese alla arriba o alla abajo, rogaba por un segundo de solitud, un poco de tranquilidad, de alivio en pañitos calientes para la herida, de una transfusión sanguinea que borrara, así fuera por unos miseros minutos, tu paso por mi cuerpo
tus labios de los mios. O al menos su recuerdo. Su sabor. ¿A quien tenia que venderle mi alma para que me dejases tranquilo? ¿A quien podía venderle yo un alma que no era mia? ¿Un corazón que palpitaba cojo? Pero la sangre seguia corriendo, los recuerdos seguian explotando como bombas, como minas, en mi cabeza, descarrilando lágrimas. Un momento para olvidarte, solo uno. Para rogar, que fuesen los días sin ti como caricias al pasar.

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