Decia
yo, entonces, así como cuando uno habla por hablar. Te decia, te
comentaba, te enunciaba el secreto del buen hablar. Te sentaba a mi lado
y te hablaba con buen tono y buena prosa, te echaba poemas, te cantaba
canciones. Como en los viejos tiempos, como antes de todo y antes de
nada. Te contaba el día a día, el hora a hora, los minutos que te
perdias de mi vida ahora que no estabas. Te contaba como sonreia
forzado, de medio lado, sin verdaderas ganas. Como tu memoria envenenaba
mis venas, mis venas hacian correr de mala gana, con el latido de un
corazón agujereado, la sangre por mis venas, intentando alejarla de si,
lanzandola al cerebro, disparando los recuerdos
Te
contaba yo, dibujando caritas de colores en un papel oscuro mientras le
hablaba a media voz al vacio que dejaste a mi lado, en el sofá, te
contaba yo, llevado por la costumbre, arrastrado por el dolor,
maldiciendo a Cupido como un descarriado. Te contaba el día a día, la
hora a hora, el minuto a minuto que te perdias tu tan inconsciente yo
tan consciente. Te contaba mientras intentaba no llorar. Lloraba
mientras intentaba no contar nada. Rogaba, a quien quiera que escuchase
mi voz rota, fuese alla arriba o alla abajo, rogaba por un segundo de
solitud, un poco de tranquilidad, de alivio en pañitos calientes para la
herida, de una transfusión sanguinea que borrara, así fuera por unos
miseros minutos, tu paso por mi cuerpo
tus
labios de los mios. O al menos su recuerdo. Su sabor. ¿A quien tenia
que venderle mi alma para que me dejases tranquilo? ¿A quien podía
venderle yo un alma que no era mia? ¿Un corazón que palpitaba cojo? Pero
la sangre seguia corriendo, los recuerdos seguian explotando como
bombas, como minas, en mi cabeza, descarrilando lágrimas. Un momento
para olvidarte, solo uno. Para rogar, que fuesen los días sin ti como
caricias al pasar.